martes, 30 de agosto de 2011

alta fidelidad



En esos informes pelotudos, tipo "ciencia al día" demostraban que la infidelidad masculina tiene una causa genética. Inmediatamente recurrí a mi investigadora de confianza, la Dra. Kaiten, hablando de la fidelidad femenina:




Tengo una poderosa tendencia a la monogamia que me hace parecer una mujercita normal, aunque no sé cuáles sean los motivos normales de la monogamia. Mis razones, más que emocionales o morales, son mecánicas. Es como andar en bicicleta. A cada cambio de bicicleta se pierde ritmo, velocidad, precisión.

Intenté explicarle esto a un novio que tenía, pero él, curiosamente, lejos de interpretar que tenía mi fidelidad asegurada entendió que cualquier hombre me daba mismo. Me dijo puta y me dio una patada en el traste.

Está dicho. A la mejor bicicleta se le puede pedir ritmo, velocidad y precisión. ¿Por qué me empecino en darle conversación? (http://doctorakaiten.blogspot.com/)



Creo, doc, que el mundo no está preparado para escuchar algunas verdades. Por eso a pesar que ud ostentaba un doctorado en algo, nunca conseguimos hacer pasar estas investigaciones por el CONICET









viernes, 26 de agosto de 2011

campamentos




Creo que hay un tiempo, una edad del hombre, en que las promesas, como peras maduras, caen. Caer y dejar caer pasa a ser una actividad de plena ocupación. Alguien me decía, el deseo es mejor ahora. Ya nadie se asusta tanto por su caída y se celebra como una fiesta su reaparición. Incluso si no fuera así, pienso, si los sustos y las celebraciones no experimentaran grandes variaciones en su régimen de ocurrencia, al menos un efecto podría advenir. Caídas la promesas, queda el otro. Siempre queda el otro, y lo otro del otro, y un primer avistaje de ese otro como territorio incólume, vacío de promesas, es toda una experiencia.
Para algunos se vuelve una la visión insoportable, y quieren extender la visión de una tierra prometida aunque sea como turistas de lo abyecto que se someten al infierno del otro pensando que así encontrarán sosiego al final de sus días. La visión cristiana del asunto. Otros desisten y se transforman en barcos sin tripulación, galeotes de una existencia inanimada.

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Caída finalmente la promesa que las edades del hombre nos depare una suerte de borrachera prolongada, sin sobresaltos, un sueño prolongado donde finalmente lo humano puesto en su barril de roble se dulcifica al añejarse, volviéndose un elixir recomendable, nos encontramos con que lo humano nunca fue ni nunca va a ser algo para tomarse de un trago.

Pero esa experiencia de quedar frente al otro, sin argumentos, sin palabras convenidas, esa experiencia inquietante como decía Foucault de tener que inventar una relación de la A a la Z, no es una travesía menor. Las edades del hombre pueden entonces aproximarse a una suerte de experiencia con el nomadismo, donde hay viaje, hay trayecto, hay campamentos. Deseos que se encienden como antorchas en la oscuridad, miradas, manos, pies y brazos que se tocan, crónicas, relatos de viaje que se desgranan frente al fuego.
Quizá la aventura de todo lo que resta cuando ya no hay tierra prometida.

martes, 23 de agosto de 2011

Dra Kaiten llamando a Orson...




Con uds, la Dra. Kaiten:






Creo haberle comentado, Don Álvar Núñez, que una noche de tormentas me encontré un chat sadomasoquista y me lancé a la aventura. Y sí, así es. La audacia del explorador termina haciendo glu glu en algún naufragio.La expedición comenzó a hacer agua a los pocos minutos, cuando columbré la verdadera identidad que habitaba la máscara de cuero del dominador.


DOMINADOR - ¿Como te atreves a desobedecer a tu xxxx? No mereces mi xxxx.


Me da lo mismo que me crean o no, Don Álvar. Por más que disfrazara su vocabulario, era evidente. Quien pronunciaba esas palabras no podía ser otra cosa que una Madre:



DOMINADOR - ¿Quieres que te de xxxx? ¿Eso quieres? Pues tendrás que ganartelo.



YO - Pero...



DOMINADOR - ¡Silencio! Pide permiso antes de hablar. Aprenderás a mostrar respeto, ¡xxxx! Yo te enseñaré.


Flotando melancólica entre la escoria del naufragio, me dediqué a poner a prueba mis descubrimientos. En efecto, todos allí eran madres.


Aquí y allá, Don Álvar mis exploraciones dieron el mismo resultado. En el último pozo del sadomasoquismo solo hay madres con sus niños. (http://doctorakaiten.blogspot.com/)


Estimada Doc:


Frente a la consabida expresión de las esposas-madres: "los hombres son hijos del rigor" no pude menos que asentir... ah...claro... ahora entiendo...yo no soy de esas madres. Podría haber sido una esposa maravillosa, lo sé. Salvo por el detalle de que yo no soy de esas madres. Glu Glu...

lunes, 22 de agosto de 2011

HIS MAJESTY




Será que el mundo tiene reservadas para nosotros dos o tres imágenes, dos o tres frases luminosas como todo aporte a nuestra ignota y efímera existencia?
Cuando dejamos de esperar mayores signos, algo que se parezca finalmente a una reverencia, un reconocimiento por parte del mundo, nos vienen muy bien esos bares al paso, curiosas reservas espontáneas donde florecen racimos de sabiduría callejera.
En la parada del colectivo hablaba por teléfono intentando convencer al otro de que no era el momento. Sin mucho éxito, por lo repetitivo de los argumentos. Hasta que en un momento, le espetó: “ya sé que me deseás, mi amor, pero tus deseos no son órdenes”.

martes, 16 de agosto de 2011

E.T, go home



No sé qué mujer heroica fue la de la frase: “yo no vine a este mundo a satisfacerlos, señores”, pero me encantó y cada tanto pruebo algunas combinaciones posibles:
Yo no vine a este mundo a planchar ropa, sres
Yo no vine a este mundo a llenar planillas, sres
Yo no vine a este mundo a completar informes, sres
Yo no vine a este mundo a cumplir órdenes, sres

Yo no vine a este mundo a trabajar todo el día, sres

Y así.
Hasta que alguien me advirtió, que quizá, yo no soy de este mundo.
Glup!
Bastó este comentario para que me pusiera al día con mis pendientes.

sábado, 13 de agosto de 2011

teachers, live the kids alone



No se si esto justifica mi sueldo docente, pero puedo decir a mi favor que a veces tengo una suerte de empecinamiento en que alguien comprenda algo.
Entender algo no depende de un proceso ni de algo acumulativo. Es algo que pasa, y uno no deja de preguntarse qué sentido tiene estar horas y horas cada día para ver si algo pasa. Pero bueno, eso es la escuela, y puedo decir a mi favor que yo no inventé la escuela, y que me defendí de los pedagogos como pude.
Los alumnos tampoco son fáciles. A veces es gente empecinada en no querer saber nada con nada, gente negada a la iluminación, a la sorpresa y al descubrimiento. De modo que a veces pasamos siglos hablando no se sabe de qué, hasta que alguien comprende algo.
Así fue ese día. Yo estaba tratando de explicarles qué era una madre, y ellos insistían en no conectar con el dato básico que todos tuvimos una. Así parecía que hablábamos de peras o tomates, diciendo la cosa por sus atributos. Yo me impacienté mucho y empecé a vociferar: “a ver si entienden, una madre es eso, eso que espera en el fondo de uno, eso que espera algo de uno, algo que no se sabe qué carajo es, pero que alcanza para que a uno le quede perfectamente claro, por el resto de su vida, que nunca colmará esa espera”. Dicho esto me dejé caer en la silla, exhausta, y se produjo un gran silencio. Yo no tenía nada más que decir, así que empecé a juntar mis cosas del escritorio. El silencio se iba rompiendo con leves movimientos y murmullos que sólo confirmaban que nadie quería agregar nada, que todos habían tenido lo suyo y que simplemente queríamos salir de allí.
Hasta que alguien en la segunda fila, abrió su cuaderno, tomó la lapicera y ostentando una necedad pocas veces vista, haciendo apología de la más terrible sordera, como si hubiéramos estado hablando de tomates y peras, dijo: ¿Podría repetir?
Yo no podía, y no debía.

miércoles, 10 de agosto de 2011

&COMPANY



Me emociona pensar cuales son esos gestos de la naturaleza que nos asisten en los momentos previos al dormir. A veces son gestos humanos, o animales, o minerales. En el techo de mi habitación debe haber un nido de comadrejas. Todas las noches escucho sus correrías, sus pequeñas uñas rasguñando el techo de chapa, sus pisaditas eléctricas. Y es lo último que escucho antes de dormir, lo último que me acompaña. Tan cerca en espacio y tan lejos en especie.