domingo, 27 de abril de 2014

animal planet



No sé bien decir si fue en el curso de ese día, o de esa noche. Pero algo se fue gestando en mí. Una sensación. De que las cosas pueden faltar. Que el mundo tal cual lo conociste, puede faltar. Que las cosas que te disponen, que te hacen marchar, pueden no estar. No por alguna indisposición del universo respecto a tu causa. Porque sí. Porque lo que funcionaba funcionaba en un concierto de cosas. Y las cosas también buscan su lugar en el mundo. No se están todo el tiempo ahí. Quietas. Se mueven.
Y entendí que aún así, con el universo teniendo su período menstrual, mañana iba a tener que hacer más o menos lo mismo que hice hoy. Levantarme. Cocinar. Entretenerme con los trabajos de la vida. Acostarme. Amar.
Fue un descubrimiento muy importante. Sospecho que ya lo he sentido en otros momentos de mi vida. Y que me volví a olvidar, como corresponde.
Porque nadie quiere ser todo el tiempo un animal suelto. También necesita sus amarres frente a esa independencia feroz que se descubre de repente en las grietas de los días.
No es del todo una mala noticia. Todavía no supone la muerte. (Yo asumo que una mala, una verdaderamente mala noticia es la muerte: y no mucho más que eso)
Me dormí con la firme esperanza de volver a olvidar todo esto pronto.
Pero también con una secreta esperanza de que ese animal feroz que anda suelto vuelva a visitarme de vez en cuando. 
Y domarlo.
Once again.


sábado, 26 de abril de 2014

mi contá

Estoy orgullosa que finalmente alguna transmisión familiar haya hecho marca en mí. Se trata de un gusto que me emparenta a mi tío Marcelo, “el loco”. El gustaba de contar historias fantásticas a la familia. Podía ser alguna anécdota que había sucedido en el día, a él o a otro, una noticia que escuchó por la radio, alguna charla a la que llegaba tarde y de la que necesariamente quedaba fuera. Quedaba medio fuera, porque él buscaba entrar, atravesado, a presión, de alguna forma. La vida y las experiencias de los otros le evocaban siempre, se vé, alguna vida posible suya, distante, distinta, pasada o futura. Así que algunas veces entraba apurado por el largo pasillo del departamento donde vivía con mi tía, con el solo fin de contarnos algo. Con su media lengua extranjera esa que se habla en el pais de la tartamudez extrema. Empezaban los esfuerzos de todos por tratar de entender. Pero dónde pasó eso Marcelo? En la tele? En la radio? Si no acertábamos rápido crecía la desesperación por contar. Y su lengua se volvía una metralleta inmanejable que disparaba 20 medias palabras por segundo. Sin dar en el blanco. Todos veíamos el océano que se abría cada vez más profundo entre su continente y el nuestro. El, su país, siempre al límite del separatismo. Alguno que en la desesperación trataba de oficiar de traductor al resto era bienvenido. Los ojitos le brillaban a Marcelo con la ciega esperanza de hacerse entender. Hasta que parte de la traducción fallaba y él saltaba y volvía a su denodado esfuerzo de contar él. 
El cansancio se apoderaba de todos. La audiencia se empezaba a dispersar. 
Finalmente él también, exhausto, resolvía el asunto con un gesto de fastidio. Alzaba la mano como diciendo andate a la mierda. Qué importa que pasó, dónde pasó, cuándo pasó. 
“Mi contá”.
Su gran aporte a la familia fue esa frase. Todos alguna vez en los extravíos de la lengua, apelamos a su frase. La que resolvía y zanjaba y daba por finalizada ese infierno de la comunicación.
Algo así como: “a mi me contaron”.