domingo, 20 de septiembre de 2009


Pero esto a mí me está haciendo bien? Debo admitir que quedé desconcertada frente a la pregunta. Y cuando quedo desconcertada, suelo abreviar, así que pregunté lo único que se podía preguntar: ¿qué cosa? Vino un repaso rápido de sus últimos movimientos. Salir del ostracismo, producir encuentros, alegrarse y entristecerse, vibrar, enfurecerse, querer salirse y no poder salirse, decir “pero si yo estaba tan tranquila...” en fin, la variedad de pataleos frente a la resistencia que ofrece la materia –el otro- que se mantiene otro, indigerible, inabsorbible pese a lo carnívoro del acto amoroso. Más o menos encaré por ahí la respuesta. “No, no, eso ya lo sé….se apresuró a contestar. Lo que yo te pregunto, es si esto me hace bien…o sea, si es saludable”. Mi perplejidad estalló en risa: y si no? Qué vas a hacer? Amputarte el amor? Nos reímos un rato, y todo se alivió. Al rato, bajo al quiosco de revistas, y ojeando en busca de mi revista quincenal encuentro un gran titular, debajo de “Salud vital”. Relaciones enfermizas: tres pasos simples para diagnosticar la salud de tu relación de pareja. Me voy a la nota central. Allí estaba la respuesta. Palabras más, palabras menos, parece que sí, el amor es una especie de tumor, y hay que controlar las metástasis, por lo que se aconseja extirpar y poner allí en su lugar, algún accesorio. ¡Vuelva a tener una vida! Exhorta el artículo, ¡a ser dueña de sus emociones!
Tener la propiedad privada de las emociones no debe ser moco de pavo. Hacer que los accesorios despierten emociones, tampoco. Enseguida imaginé una gran barata, los paroxismos femeninos frente a una canasta de saldos. Hay que reconocer que el capitalismo sabe lo que hace.