jueves, 22 de enero de 2009

monstruosidades


Rencillas que no llegan a batallas. Gente con su pequeña monstruosidad a cuestas. Pagando caro, demasiado caro, la posibilidad de deshacerse de las escamas, de las plumas, de la piel. Estigmas que indefectiblemente aparecen con alguna noche de luna llena. Como si no alcanzaran los escarmientos de princesas encerradas en torres por largas temporadas, buscan su propio encierro –spa- esperando algún ángulo de luz favorecedor para salir al mundo. Torpes en su afán de perfección, normópatas obstinados por hacerse de algún way-of-life que con su regularidad aplaste cualquier levantamiento. Sin embargo, la noche sigue siendo ese territorio liberado. Donde no hay way-of-life que te salve.

Desde otro confín de la experiencia, un pequeño me revela que el mejor lugar para pelear con los monstruos es en los sueños. Avezado y valiente guerrero él, me confiesa su truco para exorcizar al miedo. “Probé muchas formas –reconoce- pero la que mejor funciona, -después de haber peleado mucho- es cuando el monstruo te va a atrapar, le decís “bueno” te entregás y te dejás morir”. Asegura que siempre que lo hizo así, aparece despierto del otro lado. Él armó una salida, pienso. “Yo me hago amigo de los monstruos”, me confiesa.

(sacudía las sábanas esta mañana, y comprobé que había sido parte de alguna revuelta nocturna de la cual no me quedaban imágenes ni sensaciones. Apenas una pluma que vuela con el sacudón y aterriza despacio de nuevo entre las sábanas. No estoy segura de las dimensiones que tuvo esa la batalla. Pero amanecí de este lado, despierta. Y según mi pequeño amigo, eso no es poco)

viernes, 16 de enero de 2009

devoracion


Un comentario anónimo, dejado como al pasar me hizo detenerme y ya. A riesgo de decir una genialidad o una gran burrada, los indicios son los indicios. Y cuando se está frente a demasiados indicios, hay que arriesgar. No me gusta hacer esto, pero las cosas no pueden dejarse así, a medias. Algo me indica que hay un gran error en cómo pensamos la genésis de las cosas. Tenemos interpretaciones lenguajeras. Pero la génesis sólo podría fundarse en un acto, que no remite en absoluto a la palabra, sino a una operación. Como decir: al principio no era el Verbo. Al principio, fue un acto de devoración. Comer y ser comido. Las palabras apenas transportan algo de esa experiencia original y quizá –no sin razón- nos posibilitan coartadas, desvíos. Pero algo de esa experiencia original relampaguea y se agita en el fondo mudo de todas las cosas.
Dicho esto, me puse a pensar en cosas ricas. En una mesa de dulces. En un café batido con azúcar. Y porqué no, en la posibilidad de ser la golosina que alguien encuentra en el fondo del cajón de su mesa de luz.