martes, 23 de octubre de 2012

Amo se busca




Me encontré prolijamente detenida en una esquina, sin tocar la senda peatonal, en la intersección de dos calles vacías, esperando que un semáforo inexistente me diera la luz de paso.
El clásico trance hipnótico. Me quedé buscando desorientada de dónde había venido la orden. Me di vuelta, miré a los costados, pero nada.
Aprovechando el intervalo frente a la nada un perro callejero cruza por la senda peatonal a paso cancino.
Espero a que pase, pongo primera y arranco. 
Ante ciertos rituales de obediencia extrema no queda sino buscar un Amo que nos disimule un poco la desorientación. Aunque sea por un rato. Después de un rato, se arranca de nuevo. Siempre se arranca. 

jueves, 18 de octubre de 2012

operaciones básicas



Devolveme las cartas
Las canciones
Los besos
Los huesos
Quién no ha tenido alguna vez
Un trance de furia reintegrativa amorosa
Las propiedades de la sustracción y la adición nunca las entendí confiesa
La parte de la alteración, me señala
No se altera, dice
Cómo puede ser no se altera
La diferencia es igual, dice
La diferencia es el mismo número, dice
La diferencia no se altera, dice
Yo me altero
Si a mí me sustraen
Yo me altero
Si me dejan de sumar
Yo me altero
Esa es la diferencia
Esa es la diferencia
La operación reside en el Yo
Yo me altero
A mí me van a explicar que el resultado no se altera
Todo se altera si yo me altero

lunes, 15 de octubre de 2012

suspicious


Lidiar con gente moribunda puede ser todo un tema. Como saben que ya no vas a tener derecho a réplica, son capaces de lanzarte cualquier dardo. Ostentan una inimputabilidad pocas veces vista.
Así me vengo a enterar por mi hermano que mi señora madre le murmura al oído desde su lecho de muerte: “me parece que tu hermana anda en algo raro”.
No pude menos que sonreír. Creo que traía esa sospecha desde mis 5 años más o menos.
Esto me hace pensar que una vida puede llegar a su fin, pero una sospecha, nunca.
Quizá una vida no es sino el tramo que transcurre entre una sospecha y otra.
Quizá lo único con lo que llegamos y nos vamos de este mundo es con alguna sospecha.

lunes, 8 de octubre de 2012

corte y confección


Una remerita de esas encimadas. Preciosa. La pude usar sólo 2 veces. No sé cómo, un día quedó enredada de una forma irresoluble para mí. Hoy acomodando el placard dije basta. Le corto los tiros a la musculosa, y tengo 2 remeras. Procedí. Corté. Bien. Ahora coso los tiros. Coso. Del verbo coser. 1° persona singular (yo) presente indicativo. Yo no sé coser. No importa. No sé dónde quedaron los lentes. Cierto que ahora además soy miope. No importa. Coso. Con determinación. Listo. Voy a probármela. Uní de un modo los breteles que podría ahorcarme. Ah. Ya veo: el de adelante va con el de atrás. No importa. Descoso. Está tan firmemente cosidos que no puedo. Bueno, no importa, los corto. Los coso de nuevo. Ahora si. Me la pruebo. Ah. Quedaron cortos. Arruino ropa a domicilio

martes, 2 de octubre de 2012

esclavos refinados



Cada vez que veo a alguien ostentar excesivos buenos modales me invade una suerte de desconfianza. Qué se traerá bajo el poncho pienso. Qué historial de renuncias tendrá.
Y lo digo con conocimiento de causa. Sólo yo sé lo que me costó el amor de mamá. Comer con la boca cerrada. Renunciar a lamer el plato. El tortuoso camino de mi educación hubiera seguido en ascenso al virtuosismo en el manejo de los cubiertos sino hubiera descubierto prontamente el truco. Las amenazas de mi madre y sus correlativas  promesas eran francamente desmedidas. Intentar hacernos creer a mis hermanos y a mí que de nuestros modales dependía que nos inviten a comer a la mesa de Mirtha Legrand. Almorzando con Mirtha Legrand. Nuestra gran pedagoga de los mediodías. Descubrimos prontamente que lo que nos separaba de esa mesa era una distancia de clase insalvable por unas destrezas de motricidad fina. Cada vez que pienso que estuvimos a un paso de convertirnos en esclavos refinados, me invade una suerte de escalofrío. No le cedimos nuestra incivilidad al modelo. Si no vamos a acceder a esos beneficios, que gracia tiene cederle nuestros placeres