martes, 2 de octubre de 2012

esclavos refinados



Cada vez que veo a alguien ostentar excesivos buenos modales me invade una suerte de desconfianza. Qué se traerá bajo el poncho pienso. Qué historial de renuncias tendrá.
Y lo digo con conocimiento de causa. Sólo yo sé lo que me costó el amor de mamá. Comer con la boca cerrada. Renunciar a lamer el plato. El tortuoso camino de mi educación hubiera seguido en ascenso al virtuosismo en el manejo de los cubiertos sino hubiera descubierto prontamente el truco. Las amenazas de mi madre y sus correlativas  promesas eran francamente desmedidas. Intentar hacernos creer a mis hermanos y a mí que de nuestros modales dependía que nos inviten a comer a la mesa de Mirtha Legrand. Almorzando con Mirtha Legrand. Nuestra gran pedagoga de los mediodías. Descubrimos prontamente que lo que nos separaba de esa mesa era una distancia de clase insalvable por unas destrezas de motricidad fina. Cada vez que pienso que estuvimos a un paso de convertirnos en esclavos refinados, me invade una suerte de escalofrío. No le cedimos nuestra incivilidad al modelo. Si no vamos a acceder a esos beneficios, que gracia tiene cederle nuestros placeres

2 comentarios:

Unknown dijo...

¿En estos días de economías difíciles, quién quiere contratar esclavos mal educados?...por el mismo precio puedo tener unos bastante refinados (algunos hasta con doctorado y todo).

claudia huergo dijo...

la promesa de gozar de los placeres del amo es una gran promesa sin duda :). Gusto verlo por acá de nuevo Jedi.