Cada vez que veo a alguien ostentar excesivos buenos modales
me invade una suerte de desconfianza. Qué se traerá bajo el poncho pienso. Qué
historial de renuncias tendrá.
Y lo digo con conocimiento de causa. Sólo yo sé lo que me
costó el amor de mamá. Comer con la boca cerrada. Renunciar a lamer el plato. El
tortuoso camino de mi educación hubiera seguido en ascenso al virtuosismo en el
manejo de los cubiertos sino hubiera descubierto prontamente el truco. Las
amenazas de mi madre y sus correlativas promesas eran francamente desmedidas. Intentar
hacernos creer a mis hermanos y a mí que de nuestros modales dependía que nos
inviten a comer a la mesa de Mirtha Legrand. Almorzando con Mirtha Legrand.
Nuestra gran pedagoga de los mediodías. Descubrimos prontamente que lo que nos
separaba de esa mesa era una distancia de clase insalvable por unas destrezas
de motricidad fina. Cada vez que pienso que estuvimos a un paso de convertirnos
en esclavos refinados, me invade una suerte de escalofrío. No le cedimos
nuestra incivilidad al modelo. Si no vamos a acceder a esos beneficios, que
gracia tiene cederle nuestros placeres
2 comentarios:
¿En estos días de economías difíciles, quién quiere contratar esclavos mal educados?...por el mismo precio puedo tener unos bastante refinados (algunos hasta con doctorado y todo).
la promesa de gozar de los placeres del amo es una gran promesa sin duda :). Gusto verlo por acá de nuevo Jedi.
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