lunes, 16 de abril de 2012

animales sueltos


Bajamos en manada al pueblo. Fuimos por unas copas y un poco de música, y terminamos siendo la atracción del lugar. Entiéndase bien. Atracción, en el sentido de fenómeno. Todas somos bastante concientes de nosotras mismas. Tanto festejo por nuestra llegada respondía menos a nuestros atributos personales que al hecho de la novedad. Forastería.

Se acercó un poco más hasta el intendente a recibirnos. Con unas copas encima, mi ocasional interlocutor me contaba las bondades de vivir en un pueblo, y me instaba a sumarme al grupo: fiestas en casas, asados, todos nos conocemos. Con algunas copas encima también yo, le dije que no hacía falta que me explicara. Yo sabía muy bien lo que era vivir en un pueblo. Intercambiamos experiencias, hasta que terminó confesándome: “si yo pudiera, también me iría de aquí”.

En fin. La euforia comunitaria empezaba a caerse a pedazos. Con mis amigas aprovechamos el intervalo musical para huir en estampida. Ya sabemos.

Dogville siempre es una posibilidad.

No hay comentarios: