Las cosas venían bien. Ellos allá, yo acá. Cada tanto un
buen día, un buenas noches, un que frio está hoy, un irá a llover. Fuera de esa
interacción programada, felizmente aceitada, las cosas como deben ser. Cada chancho
en su rancho.
Pero algo imprevisto pasó, -siempre algo pasa- y finalmente los vecinos
me vieron aullando por las calles del barrio. Meses de conducta arrojados a la
basura.
Desde entonces, ya nada es como era.
Las madres esconden a sus niños cuando paso, los obreros de la
construcción ya no me gritan barbaridades desde los andamios, el despensero
insiste en darme rápido el pedido obviando la paga: no, por favor, no es nada.
Pasear la animalidad a cielo abierto se paga muy
caro en este barrio, como en cualquier barrio. Entenderán que ya no puedo esperar
a la siguiente noche de luna llena. Digo esto y mi asistente y alma gemela mueve una de sus orejas en señal de asentimiento.
Todos morirán.
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