viernes, 13 de enero de 2012

Queen, saliendo del placard

Sí, pertenezco a una familia de reyes. Desconocía yo este origen y hubiera permanecido ignorante al mismo si no fuera por un puñado de hombres que advirtieron con interés primero y con repudio después mi noble estirpe.

Así fue que mi andar principesco me ha traído no pocos problemas. Cierta despreocupación y displicencia ante los problemas mundanales fue sobreinterpretado muchas veces con maledicencia. Princesa y reina fueron halagos y motes que supe ganarme y de los que ya no puedo renegar. Algunos despechados insisten en denunciar lo evidente: que por debajo de sus vestiduras, la reina está desnuda. Casi como todo el mundo, cabría agregar.

Reinar no es algo que uno elija, ni para lo cual uno se prepara.

Como dije, es algo que se trae en la sangre, y que siempre es descubierto primero por otros.

A mi favor puedo decir que no soy una reina democrática, pero tampoco déspota. Quizá por mi origen Real no tengo sed de poder alguna, y consecuentemente tampoco hambre de servidumbre. Sólo los sedientos de poder pueden ser serviles.

Esto quizá me da un aire de exterioridad frente al resto, y es que tal inapetencia me deja casi siempre fuera de juego en esas ligas mayores del entretenimiento humano.

La ira, el amor, el dolor, en cambio, sí son afectos Reales. Allí me pueden buscar.

(Ahora que finalmente salí del placard y asumo mi estado, ya no podrán decirme soberana hija de reyes como un halago o un mote. Tendrán que buscar otros)

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