domingo, 6 de febrero de 2011

Cese del fuego



Después de la última carta se quedó con la sensación de haber recibido una buena noticia. Le llevó días entender cúal era. La carta anunciaba el cese de la desesperación, de la urgencia. Un cese del fuego. Agradeció a los cielos esa repentina tranquilidad.


El lograba una versión estable de los sucesos de aquella noche. No había que buscar más allí, y la tranquilizó saber eso. La gente desesperada le daba miedo, sabe que son capaces de hacer muchas pelotudeces en esos estados, incluso son capaces de enamorarse, y ese amor es como la llamarada que sale de la boca del hombre tragafuegos: un espectáculo vistoso que mirar a una distancia prudente. Demasiada proximidad quema, demasiada distancia ya no calienta en absoluto.
(Se sonríe recordando las palabras de la dra: ... ah, el amor, esa pantomima de sufrimiento).

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El sueño del prisionero concluye: finalmente acierta con la figura que carga en su espalda, y gana su libertad.


(Reconoce que eso no era sólo un sueño y no era sólo una prisión: recuerda la vividez de muchos momentos y otros tantos buenos paseos al aire libre).


Se despierta y para su sorpresa, es un domingo de verano, son las tres de la tarde, anoche salió y bailó toda la noche, como hacía mucho no hacía: sintiendo el cuerpo, la tibieza de la cercanía de los cuerpos amigos y la proximidad de lo nuevo.


Siente hambre y por primera vez en mucho tiempo tiene ganas de cocinarse algo rico.

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