Me llama hecha un mar de lágrimas. Entre hipeos me cuenta la
situación. Todo venía muy bien en la sobremesa familiar. Y de repente, pum, bardo.
Ella nada que ver. Pero terminó ligando. Le dieron como en bolsa. Sin comerla
ni beberla. Me quedé pasmada. Mientras me contaba podía ver en cámara lenta el armado: los
movimientos, la secuencia, las repentinas alianzas, los pases, el remate. El efecto
sorpresa. No alcanzó ni a poner las manos para atajar los golpes. No pude más que decirle: ¿pero qué, son de la mafia?
Nos reímos.
Yo me quedé pensando muy seriamente: claro,
si son de la mafia, es otro el entrenamiento.
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