jueves, 15 de noviembre de 2012

la hidalguía de los débiles


Más temprano que tarde entendí que el ingenio nos salva de muchas cosas. Una respuesta ingeniosa puede ser la diferencia entre una risa o una paliza.
Mis tios locos, o débiles mentales como se les diría ahora,  fueron grandes maestros en ese punto.

Con frecuencia sus maneras llevaban al resto hasta el punto de la exasperación, y no pudiendo evitar sus maneras, encontraron la forma de eludir las represalias con alguna respuesta ingeniosa.
Así lograron burlar la aplanadora del sistema educativo y el sistema sanitario, sin mencionar a la iglesia, gran propinadora de aleccionamientos para los débiles de espíritu. 
Claro, ellos tenían muchas debilidades, pero no precisamente de espíritu.
Mi tía fue puesta en esas escuelas de campo donde estaban muchos grados apiñados, a ver si aprendía algo. Ella sistemáticamente se sentaba dando la espalda al pizarrón. El maestro sistemáticamente la retaba, que qué le pasaba, si era boba o qué. Ella le respondió un día: y a Ud le falta una oreja. El maestro la declaró ineducable. Y ella lo declaró sordo.
No se trata de un elogio de la locura, pero quién podría dudar de la hidalguía presente en una respuesta así.
Por el contrario, el más ruin padecimiento contemporáneo, ese empuje a la normalidad, nos deja frente a la magra expectativa de encajar. La debilidad de los adaptados parece ser un aplanamiento del ingenio. 

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