viernes, 26 de noviembre de 2010


-odio nadar en aguas profundas, me dijo.
-Porqué ? le pregunté.
-Porque en algún momento dejás el agua, y pensás en lo profundo. Y eso, ahoga.

Yo me quedé muy impactada con esta revelación. Hasta entonces, pensaba que lo que ahogaba era el agua.... y que tampoco era necesaria tanta... (ej: ahogarse en un vaso de agua).
-Y qué tiene de lindo nadar en aguas profundas? -le pregunté, tomando nota que ese confesado odio no le impedía nadar en esas aguas.
-Sentir que tu cuerpo entra en ritmo, se hace elemento de una masa densa, que comulgás con eso.
Ah, una comunión, pensé. La fascinación de la comunión.
Pero luego, escuché del ritmo. Del cuerpo que no se resiste sino que se complace al volverse parte de algo, sentirse elemento, partícula
Como si hubiera escuchado mis pensamientos, agregó:
-Definitivamente, lo que estorba es la cabeza

2 comentarios:

mario betteo barberis dijo...

Pensar... ese es el riesgo mas atroz. Al mismo tiempo que no se puede vivir sin pensar. Ahogarse en el pensamiento es horrible, porque ni siquiera desaparecés para siempre sino que seguís vivo escarbando, enredado, creyendo que pensando se sale del pensamiento. Descartes hizo una apuesta muy peligrosa. Pienso, luego existo. ¿No habrá que mandarlo un poco al carajo?

claudia huergo dijo...

sí, si. Mandarlo un poco al carajo. Qué buena frase esa: "creyendo que pensando se sale del pensamiento"...suscribo, suscribo