Puedo enumerar entre mis dudosas habilidades haberme liado
con tipos que son buenos asadores. Algunos no dudarán en afirmar que se trata
del consabido complejo: ha trocado la envidia del pene por la envidia de asado. Como decir: detrás de todo gran asador hay una gran envidiosa.
En nada es para mí una ofensa ya que, ajena a las reivindicaciones de género, creo que está muy bien envidiar lo bueno y lo bello.
Como sea, como cuando una pierde el derecho al cónyuge, pierde de algún modo el derecho al asado (el de los domingos) me encontré un día con que extrañaba el asado.
En nada es para mí una ofensa ya que, ajena a las reivindicaciones de género, creo que está muy bien envidiar lo bueno y lo bello.
Como sea, como cuando una pierde el derecho al cónyuge, pierde de algún modo el derecho al asado (el de los domingos) me encontré un día con que extrañaba el asado.
Así que empuñé los elementos necesarios y como si lo hubiera
hecho toda mi vida, asé.
Con estos dones adquiridos por robo me transformé en la
asadora de mis amigas afectadas por esa misma restricción de derecho al asado
que deja toda separación.
Recuerdo uno memorable en el Tigre, con la Ale y la Carina.
Todo estaba como suele estar en el Tigre: húmedo y verde. Costó prender el
fuego. Pero cuando prendió, prendió. No cesaba la llama. Yo -que no soy muy
dedicada tampoco- dejé que las cosas siguieran su curso y me puse contemplativa, a
dar vueltas por el patio, abriendo la boca, capturada por la exuberante
vegetación adornada de exuberantes
arañas. Así que cuando percibí que en pocos minutos la colita de cuadril había
adquirido un dorado intenso hice lo inevitable, lo que hace toda mina: proferir
alaridos. “Se está arrebatando” chillaba mientras daba saltitos alrededor de la parrilla.
Debo haber salido del trance asumiendo que nadie venía al rescate, y resolví
como pude el tema, el hecho es que comimos asado y estaba delicioso.
Mis amigas más aguerridas me reclaman de alguna forma lo que
consideran una debilidad de carácter: que apenas entro en trance amoroso
nuevamente, cedo religiosamente la parrilla. Que digan lo que quieran. Yo creo
que un hombre asando es un maravilloso paisaje. Y que no tiene sentido desear
las habilidades de tu pró(x-j)imo, si come, convida, y encima asa.
En fin: Mangia, e zitto!
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