Iba bastante bien. Me había llevado mediodía entrar, imperceptiblemente,
en un callejón sin salida. La pregunta por el amor, y por qué yo no. Un clásico. Una tribuna. Freud decía que un poco de neurosis pega. Yo
le creo porque era un hombre con aspiraciones. Pruebo lo que siempre funciona:
esperar algo. Llamo a la jauría y viene. Me amenaza un rato pero no pasa a
mayores. Es una jauría cebada, pienso. Hace muy poco su trabajo. Suelto algunas
injurias que rebotan entre paredes que me hacen eco. Ningún cuerpo que absorba
nada. Puteo por lo bajo. Hago un gesto de persignarme que me sale como la gran
macri. Me acuerdo de las bananas pasadas en la heladera. Googleo y por supuesto
hay recetas para las bananas pasadas de maduras. Hago un postre. Sí:
hago-un-postre. Y sale rico. Me doy cuenta que todo está caldeado en la
heladera. No enfría. En minutos consigo un técnico. En minutos! Qué otro
problema?: los ñoquis. Hay que comer los ñoquis
hoy, le digo, no va a haber heladera
por unos días. Los comemos. Asunto solucionado. Todo es muy vertiginoso. Tengo
sueño, duermo la siesta y me levanto ¡con una gran energía!. Voy a buscar los
arreglos a la costurera y no estoy conforme. Agarro la aguja, ¡y mejora!. Esto no
prende ni de gajo, pienso. Imagino algo más extremo: escribirle. Arruinar de
verdad las cosas. Por un momento parece que sì. Pero algo me detiene, o me distraigo.
Mierda, yo sabía hacer esto. Pero ya no pega como antes. Este callejón está
lleno de salidas.
No me queda más remedio que prenderme un porro y sentarme a escribir.
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