Un lacónico mensaje en el correo: “…cerraremos tu cuenta en
30 días si no haces algo” desencadenó un cuerpo a cuerpo con antiguos demonios.
¿Hacer algo? Algo como qué???? Las voces nunca responden,
por supuesto. Pero son efectivas. Me puse a tratar de hacer algo. Entonces,
llegan las instrucciones: inicia sesión. Introduce la contraseña. Me doy cuenta
que en los últimos días fui incapaz de ingresar una sola contraseña correcta. Para
la cuenta de teléfono. Para el cajero. Para mi sitio en la universidad. Para mi
correo electrónico. Dropbox. Distintas sucursales de mí, cosas que
supuestamente saludan mi llegada con entusiasmo, se dedican a hacerme notar una cosa. Una sola cosa:
-nena, no estás dando en el blanco.
Un cono de sombras me abduce y de nuevo, frente a la demanda materna, boxeo, pero todas las piñas me las termino dando yo misma.
-nena, no estás dando en el blanco.
Un cono de sombras me abduce y de nuevo, frente a la demanda materna, boxeo, pero todas las piñas me las termino dando yo misma.
Todavía con taquicardia y un resto de sudoración fría le
escribo a mi informante clave: Kaiten, es como ud lo vaticinó. Son todas madres.
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