Lo recibí poniendo los brazos en cuna. Como había
visto que se hacía. Era mi primer bebé. Yo miraba con asombro a los adultos que
me lo entregaban así sin más, con unas pocas recomendaciones: ahora lo tenès
que cuidar. No era muy pesado y tampoco
se movía. La cabeza sí, se le bamboleaba un poco y también abría y cerraba los
ojos.
Los primeros cuidados fueron que durmiera en mi cama y después
abrirle un hueco en la boca sellada para que al menos tomara leche. A los días tenía
un olor nauseabundo y le dieron su primer baño y me dijeron no le des más leche
no ves que no tiene estómago y la leche se le pudre en la panza. Me despreocupé
de su alimentación ese día y me dediqué a pasearlo en cochecito y después lo cargaba en la
bicicleta y dábamos vueltas a la plaza a
que nos diera el viento.
El día de su funeral cavé la fosa con mis propias manos y lo
cubrí de arena. Pero antes le cerré los ojos con cuidado por que es muy molesto que te entre algo al ojo. Para asegurarme que
no se abrieran le puse dos piedritas en cada ojo. Marqué con una cruz el lugar
de su tumba y nunca mas volví a pensar en él.
Cuando tuve mi segundo bebé me asaltaron unos sueños espantosos. Yo me olvidaba de
darle de comer. Lo dejaba y no sabía dónde.
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