En algún momento Benavides se va a presentar a reclamar su correo, pensaba.
Pasaron los meses, “hay correspondencia de un inquilino anterior” le avisaba al dueño cada vez que iba a pagar el alquiler.
Después no pude más y empecé a abrir las cartas. Todas eran intimaciones. Multas de tránsito en pueblos perdidos de la provincia. Tarjetas de crédito. Créditos bancarios. No había dudas. Benavides había desaparecido sin dejar rastro. Finalmente recibo una intimación judicial, anunciando que la fuerza pública se presentará en mi domicilio. Y empiezo a preparar mi defensa.
Es cierto, Sr juez. Benavides, ese fantasma que estafó a dios y maría santísima, de algún modo descansa con la venia de mi complicidad involuntaria. Sí, lo reconozco. Benavides me transformó en su secretaria. Trabajo para él. Atiendo sus llamados. Abro y leo su correspondencia. Imagino su fisonomía. Lo intuyo en las colas de los bancos. Es que son muchos años, Sr juez, de trabajar secretariando gente. Liberando fantasmas.
Mi abogado alegó exceso de celo profesional. Dejó deslizar incluso que padecía desviaciones sexuales tempranas.
Pero todo fue inútil.
Finalmente firmo mi confesión: Yo no soy Benavides. Pero en algunas circunstancias, desearía serlo..
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