Ya estoy grande. Me baño sola me visto sola me peino sola me duermo sola.
Mi madre que según sus propias declaraciones desoyó consejos de médicos e insistió en un 3° embarazo poniendo en riesgo la belleza y salud de sus piernas a las que ya no le cabía una várice más, dice que lo hizo porque buscaba una nena. Las nenas son más compañeras que los varones, decía.
Cuentan que la nena compañera –o sea yo- tuvo un comentario desafortunado a los 5 años cuando como todas las mañanas le quisieron abrochar el botón de las guillerminas.
Dijo: dejá, lo hago sola.
Quizá la madre leyó como una provocación ese temprano gesto emancipatorio de la hija.
Quizá evaluó como una pérdida tamaña inversión de belleza y salud en una rea que lo único que quería era dar vueltas cada vez más lejos en la bicicleta.
Como sea, lo cierto es que desde ese momento empezó una guerra.
Fría.
Y fue lo más frío que conocí.
La guerra siguió muchos años con algunos momentos de tregua.
Sobre todo porque en algún momento me declaré como Teresa Batista, cansada de guerra
Nunca creí en eso de que lo que no te mata te fortalece.
Basura resiliente.
Pero lo cierto es que tenía algún entrenamiento en esquivar balas.
Así que puse una especie de puesto sanitario. Para heridos de guerra.
Y en los momentos en que la balacera cesa un poco y me lo permite, escribo. Cronico.
Todas las guerras son familiares. Todos los lugares donde transcurre el mal han adoptado la forma de grandes familias. La empresa, La fábrica, La escuela La patria.
La familia ese lugar al que se vuelve o se invoca en momentos de soledad y desamparo.
Digo
¿Habrá alguna guerra que no tenga como origen la soledad?
¿Habrá alguna guerra que no sea por intentar anexar el territorio del otro al propio?
Los mejores deseos siempre son de paz y amor.
Será que se anhela sobre el fondo de una batalla que no conoce fin.
La guerra siempre es torno al otro. A lo otro.A lo que no tiene gobierno, ni nunca tendrá.