sábado, 6 de agosto de 2016

no sunshine

Raro, rara. Yo no conocía, no conocía bien. Conocía la molestia a través de sus ojos, su andar apurado y laborioso su trajín diario empujándonos a todos. Yo no conocía y me imaginaba que era tanto su ajetreo tanto la casa el trabajo los chicos el marido. El marido. También el mirar al marido. Con rencor. Vago un vago sin aspiraciones. Y ella, ella tan fuerte tan decidida tan soñadora. Ella con las revistas de moda. Ella con las revistas de decoración. Y las casas. Las casas con cosas adentro: muebles, adornos, y familias dibujadas: mujer feliz horneando bizcochuelos marido feliz asando en una parrilla eléctrica, niños jugando en el patio. La  revista dibuja una casa y la casa dibuja una vida, y entonces, la nube. La nube en sus ojos, proyectando esas imágenes sobre todo y sobre todos. Y la distancia. La distancia enorme. Nosotros tan poco soñados. Tan parecidos a cualquiera.

Ese día -que no recuerdo cual- de ese año -que no recuerdo cual- abrió los ojos y estaba en el hospital. Ya se perdía. Ya estaba entre el sopor  y los sueños de la morfina. Se habrá disipado la nube pensé. Abrió los ojos cuando yo entré a la pieza.
-Hola mamá.
-Y tu hijo? Y tu marido?
-Están viajando. Vienen en camino.
Cerró los ojos con fastidio.  La vida es un abrir y cerrar de ojos. Una nube pasajera que dura el sueño de una vida. A lo mejor llegamos en mal momento. A lo mejor todos llegamos en mal momento al sueño del otro. Y a pesar de que hacemos ruido, de que la vida es una batahola infernal un malambo furioso, a veces, no alcanzamos a despertar.
Crucé las sierras manejando mi auto en dirección opuesta a la que había recorrido unos días antes. Escuchaba la radio. Era un día luminoso, despejado. En la radio, la locutora decía también que era un día despejado, sin nubes.